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Niños al aire libre

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Los niños de hoy día no tienen muchas ocasiones de disfrutar de un entorno natural (sobretodo los que viven en las ciudades), como teníamos los de mi generación. Antes teníamos más libertad, jugábamos más en la calle y teníamos mucho más contacto con la naturaleza.

Es muy importante que los niños aprendan a conocer más de cerca el origen de la vida, que salgan regularmente al aire libre o al parque y no se centren tanto en los videojuegos y otros aparatos tecnológicos.

Hay informes que reconocen las ventajas que conlleva el hecho de estar en contacto permanente con el medio natural y una de ellas es la salud, ya que las personas están más sanas, se adaptan mejor y tienen más capacidad de concentrarse en admirar los espacios verdes, cosa que les proporciona tranquilidad y un aumento en la atención en el ámbito escolar, además de reducir el estrés.

Cada día la sociedad es más consciente de que debemos cuidar el planeta y hemos de contribuir para que el mundo sea cada vez más sostenible. Una manera de hacerlo es inculcando estos valores a nuestros hijos, enseñándoles a respetar el medio ambiente, a reducir el consumo innecesario y a valorar lo que nos brinda la naturaleza.

Se ha demostrado que cuando se acondicionan zonas verdes con árboles y huertos en las escuelas, el comportamiento y los resultados académicos son mejores.

El autor del libro “Last child in the Woods”, Richard Louv, sostiene que existen un grupo de dolencias modernas a las que ha denominado “Trastorno por déficit de naturaleza”. Entre este grupo de dolencias, están la ansiedad, hiperactividad, el estrés o la depresión y todo ello puede ser provocado por la falta de contacto con un entorno natural.

Intentemos hacer un esfuerzo por nuestros hijos y por nuestro planeta dándole la importancia necesaria al hecho de cuidar y preservar la Tierra, compartiendo con ellos las diversas riquezas naturales que nos ofrece.

Nuestra generación no necesitaba consolas ni artilugios para ser feliz.

Violencia en las aulas

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Leo un artículo en el periódico 20 Minutos sobre el aumento de la violencia en las clases de primaria y me preocupa que se haya llegado a esta situación.  Decía el artículo, que según el informe del Defensor del Profesor en Catalunya, los estudiantes tienen cada vez más actitudes violentas y provocadoras con sus profesores.

Para empezar, pienso que el hecho de que exista la figura del “Defensor del profesor” ya es una mala señal. En mi caso pertenezco a la generación de los 70 y en mis años de estudiante existía un respeto a los profesores, que era incuestionable. Era una figura a la que debíamos mostrar respeto y era todo un referente para nosotros. Los alumnos nos dirigíamos con educación incluso les hablábamos de usted y no necesariamente estábamos intimidados por ellos. En mi época escolar no hubo castigos físicos, por lo menos en el colegio en el que estudié, pero nadie osaba cuestionar al profesor y sus métodos para enseñar. Cuando llegaba el profesor nos poníamos de pie en señal de respeto, levantábamos la mano para preguntar algo y hasta que no nos daban permiso no nos atrevíamos a hablar y ni se nos pasaba por la cabeza insultar a un maestro. Evidentemente no todos los colegios serían igual, todo depende de la zona, del colegio, del barrio, etc., pero de todas formas hoy día todo ha cambiado bastante.

Dice el artículo que este incremento de la violencia está motivado por el bombardeo audiovisual que reciben los jóvenes, los videojuegos, las películas violentas, etc., que les transmiten una mala influencia, pero yo creo que ese motivo es sólo uno más añadido a la poca educación que enseñamos a nuestros hijos, defendiendo algunas veces a nuestro retoño antes que al profesor. En mi época lo que decía el profesor iba a misa, los padres acataban el castigo (ya fuera estar una tarde haciendo operaciones matemáticas, escribiendo mil veces la misma frase o castigado en un rincón), pero las cosas han cambiado y deberíamos preguntarnos ¿por qué?, ¿qué podemos hacer para volver a instaurar ese respeto

No me extraña que muchos profesores se sientan indefensos e intimidados y terminen con depresión; creo que nos corresponde a los padres intentar encontrar una solución para educar a los hijos en conjunto y formarlos en una sociedad mejor.

El niño

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El otro día, en una reunión de la guardería de mi hija, nos hicieron reflexionar con un cuento de Helen Buckley titulado “Un niño”.

El poema es el siguiente:

“Una vez un niño fue a la escuela.
El niño era bien pequeño.
la escuela era bien grande.
Pero cuando el niño vio
que podía caminar hacia el salón
desde la puerta de la calle
se sintió feliz
y la escuela
ya no le pareció tan grande como antes.

Poco tiempo después, una mañana
la maestra dijo:
- Hoy vamos a hacer un dibujo -
- Bien – pensó el niño, porque le gustaba dibujar
Y podía hacer todas esas cosas:
Leones y tigres,
gallinas y vacas
trenes y barcos.
Así que tomó su caja de lápices de colores
Y se puso a dibujar.

Pero la maestra dijo:
- ¡Esperen! ¡Todavía no es hora de comenzar!
Y el niño esperó hasta que todos estuvieran listos
- Ahora, dijo la maestra, hoy vamos a dibujar flores
- ¡Qué bien! Pensó el niño,
Porque a él le gustaba dibujar flores.
Y comenzó a dibujar flores muy bonitas
con su lápiz rosa, naranja, y azul…
Pero la maestra interrumpió y dijo:
- ¡Esperen! Yo les mostraré cómo hay que hacerlas
- ¡Así! dijo la maestra
dibujando una flor roja con el tallo verde
- ¡Ahora sí! Dijo la maestra
- Ahora pueden comenzar.
El niño miró la flor de la maestra
Y luego miró la suya;
A él le gustaba más su flor que la de la maestra.
pero él no reveló eso.
Simplemente guardó su papel
E hizo una flor como la de la maestra:
Roja, con el tallo verde.

Otro día
Cuando el niño abrió la puerta del salón
La maestra dijo:
- ¡Hoy vamos a trabajar con plastilina!
- ¡Bien! Pensó el niño
El podía hacer todo tipo de cosas con plastilina:
Víboras y muñecos de nieve
elefantes y conejos;
autos y camiones…
Y comenzó a apretar y a amasar
la bola de plastilina
pero la maestra interrumpió y dijo:
- ¡Esperen! No es hora de comenzar
- Y el niño esperó hasta que todos estuvieran listos
- Ahora -dijo la maestra- vamos a hacer una víbora
- ¡Bien! – pensó el niño
A él le gustaba hacer víboras
Y comenzó a hacer algunas
de diferentes tamaños y formas
Pero la maestra interrumpió y dijo:
- ¡Esperen! Yo les enseñaré como hacer una víbora larga
- Así… – mostró la maestra
- ¡Ahora pueden comenzar!
El niño miró la viborita que había hecho la maestra
y después miró las suyas.
A él le gustaban más las suyas que las de su maestra,
pero él no reveló eso.
Simplemente amasó la plastilina, como hacía en su casa
E hizo una víbora como la de la maestra.
Era una víbora delgada y larga.

De esta manera
El niño aprendió a esperar
y a observar
y a hacer las cosas
siguiendo el método
de la maestra.

Tiempo más tarde
él ya no hacía las cosas por sí mismo.
Entonces sucedió
que el niño y su familia
se mudaron a otra casa, en otra ciudad
y el niño tuvo que ir a otra escuela

Esta era una escuela mucho más grande que la anterior.
También tenía una puerta que daba a la calle
Y un camino para llegar al salón.
Esta vez había que subir algunos escalones
Y seguir por un pasillo largo
para finalmente llegar a su sitio.
Y sucedió que justamente ese primer día
Que el niño estaba allí por vez primera
La maestra dijo:
- Hoy vamos a hacer un dibujo
- Bien, pensó el niño
Y esperó a la maestra
para que le dijera cómo hacerlo.
Pero ella no dijo nada.
Solamente caminaba por el salón.

Cuando se acercó al niño
La maestra dijo: - ¿y tú no quieres dibujar?
Si - dijo el niño, ¿y qué vamos a hacer? Añadió
- No lo sabré hasta que tú lo hagas - contestó la maestra
- ¿Pero cómo hay que hacerlo? Volvió a preguntar el niño
- ¿Cómo? dijo la maestra - De la manera tú que quieras –
- ¿Y de cualquier color? Preguntó el niño
- De cualquier color – dijo la maestra y agregó:
- Si todos hicieran el mismo dibujo usando los mismos colores
- ¿Cómo podría yo saber de quién es cada dibujo y cuál sería de quién?
- No sé… – dijo el niño
Y comenzó a dibujar una flor roja
con el tallo verde.”

Por Helen Buckley

Con este poema nos querían hacer una reflexión sobre las veces que intentamos que nuestros hijos hagan las cosas tal como queremos nosotros que las hagan. A veces no les dejamos explayar su imaginación ni les permitimos que hagan las cosas a su manera. Pienso que les debemos guiar, pero no imponer nuestro criterio, siempre y cuando no sea alguna norma que les impongamos para su educación. No hay nada mejor como hacer las cosas uno mismo y equivocarse para empezar de nuevo, ver hasta dónde pueden llegar y animarles a tener su propia personalidad que deben defender a capa y espada.