Un tema que llama la atención hoy día, es el de los regalos que hacemos a nuestros hijos. Cualquier fecha y motivo es ideal para hacerles un regalo. Recientemente ha pasado la Navidad y ya no sólo llegan los Reyes Magos, sino Papá Noel, el regalito del colegio, el regalito de los familiares, los vecinos, etc. Atiborramos a nuestros hijos con inmensas cajas y multitud de regalos de todas formas y colores, muchas veces innecesarios y que, en realidad, nos gustan más a nosotros que a ellos. Recuerdo una Navidad que mi sobrino de 3 años y medio, después de todo un día de recibir regalos por parte de toda la familia, cuando llegaron los tíos con más regalos, explotó y dijo: "¡ya no quiero más regalos!" Me puse a pensar que para que un niño diga eso, realmente debía estar saturado.
Me tengo que incluir entre los padres que caemos en la tentación del consumismo ya que al final termino comprándoles más cosas de la cuenta, pensando en la carita de ilusión que pondrán al recibirlos; pero la cruda realidad, es que esa carita de ilusión, dura los diez minutos que tardan en abrir los regalos y dos semanas después, muchos de esos juguetes acaban en una esquina sin que nadie les haga caso.
Aparte de la Navidad, los niños reciben regalos por su cumpleaños, cuando se les cae un diente llega el ratoncito Pérez, cuando hacen la Primera comunión, etc. Recuerdo que en mi época, cuando se me caía un diente, al día siguiente encontraba una moneda bajo la almohada, que seguramente no me llegaría más que para alguna chuchería, pero con eso ya era feliz. Hoy en día, en muchos hogares, esa moneda se ha sustituido por billetes o por cajas de regalos enormes que no tienen razón de ser.
En su libro (muy recomendable) “Papás blandiblup”, Mª Ángeles López nos pone el ejemplo de la Primera Comunión. Dice que ya son pocos los niños que no asocian este acontecimiento con la recepción de una avalancha de regalos caros. Para muchos es la única motivación de hacer la Primera Comunión. Los niños van vestidos de almirantes y las niñas con pomposos vestidos carísimos, compitiendo a ver quién va más elegante. De hecho, lo que menos importa es la celebración religiosa.
Lo peor es que los niños ya no piden, sino exigen ser recompensados con estos regalos. Se porten como se porten, saben que el día de Reyes, que el día de su cumpleaños o en su primera comunión, llegarán montones de regalos para ellos y pobre de nosotros como no sea así.
Alguien me explicó que durante su infancia, estuvo tres años para reunir unos cupones que le daban derecho a una bicicleta. Estuvo tres Navidades sin recibir ni un solo regalo, para al final tener su recompensa. Eso hizo que la cuidara, que la mimara y que valorara mucho más ese objeto que tanto esfuerzo le había costado conseguir, sintiéndose orgulloso cuando al fin lo logró. Eso me hizo pensar en que nuestros hijos tienen de todo y aún así quieren más. Nuestra misión en enseñarles a valorar las cosas e intentar que se esfuercen en conseguirlas, para que las cuiden y las valoren por lo menos un poquito más.